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La Mujer de la Lluvia

Hoy sin saberlo

Hoy sin saberlo

Hoy sin saberlo he visitado a otra Mujer de la Lluvia.
Me llamó la atención un nombre en una lista y lo visité: Mariposas Negras

Entonces me sumergí en un mundo visual fascinante... las palabras eran lo de menos... porque los colores y las formas te envolvían en la espiral del vértigo, ojos oblicuos, iris oblicuos, cuerpos oblicuos, la oblicuidad, lo sesgado de la oblicuidad, y tal vez por eso lo transparente... y luego las palabras estaban allí... esperando agazapadas para remediarte o matarte de sed: stradivarius, ajo, norte, ¿para que sirve el Norte?, la rayuela, piel, tristeza...

Me defiendo bien con los símbolos... soy oblicua y tengo un dibujo a tinta china en el que una mariposa de colores pasa a através de mí torso y se metamorfosea a la altura de mi hombro en una gigantesca mariposa negra... La dibuje yo en un relato que escribí en el verano tardío de un otoño... pero nunca entendí por qué me dibujé así, cómo si no tuviera remedio.. supongo que porque entonces aún me sentía maldita... pero luego me curé, un hombre que amé mucho me besó y aquella constante bruma húmeda se disipó...

En el mundo de esta otra Mujer de la Lluvia hay mariquitas, y recuerdo eso, recuerdo haber sido en aquel relato que nació entre una playa y un poeta, por primera vez, la Mujer de la Lluvia, y recuerdo haberlas atrapado de niña, un ciento de mariquitas en un mañana en la que jugaba a las pareidolias con las nubes, cientos de mariquitas que recogí del campo para volcar el bote sobre mi mano izquierda y mientras volaban pedirles a todas un sólo deseo... los deseos no se pronuncian en voz alta pero el mismo deseo... ya entonces debía de creer en la fuerza del deseo... a pesar de lo ilógico de toda creencia absurda: ¿podrían conseguirme un ciento de mariquitas agradecidas por su liberación lo que les pido?... y ayer me estremezco sólo con leer como era la Maga cuando alguien le hacía el amor (decían amor, no empleaban otro verbo), pero me estremezco hasta que lloro por dentro de fe y sé que nunca he estado tan próxima a la raíz de aquel deseo... ¡Amo vuestras cosquillas mariquitas! Las amo por no olvidarse de mí... y acabo de retornar del perchero, de besarme con él, estamos en Finlandia, el Hombre del tatuaje y yo, ’más allá de las auroras boreales’ y me muero en sus brazos, desnuda, muero de muerte dulce sonriéndome... muero viéndome morir en sus ojos, ... como cuando me besaba en el taxi la mañana que fue primavera, reflejada en la plenitud de sus pupilas como una forma oscura, ahora lo sé, como una oscura mariposa futura, y eso era la felicidad... He decidido que el argumento era increíble, y que otro hombre, en su crisálida del tiempo, tomando el testigo de un recuerdo, lo hizo probable y por eso esta mañana la novela sigue en pie... no me hace falta que escribamos juntos. Bueno sí, me hace falta, mucha falta, querría pero no puedo obligarle a ello porque lo que deseo, me he dado cuenta, no es el acto en sí, sino la conjunción, entreverme en su mirada, pero en la mirada que ad-mira... Él entiende eso, se lo expliqué ayer, le partí en dos la palabra y se la di a beber con saliva imaginaria. Y eso haré, le devanaré mis sienes a su contestador. No le escribiré mi trama a su correo, voy a leérsela en las madrugadas, en las estaciones con otras, en su mesa de trabajo cuando el teléfono vibre silencioso entre las inglés y el dolor... A lo mejor por eso él piensa que las palabras son fascistas... por eso gana quién mejor las maneja... ¡Esta bien, pues eso haré, voy a ganarme la muerte que soñé!

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